viernes, 18 de octubre de 2013

A cambio de nada

En el barrio de Gorina, localidad de La Plata, más específicamente en la calle 481 y 138 nos esperaba la entrevista con el curandero Manuel. La gente recorría un largo camino de tierra hasta llegar a la casa donde este ayudaba a las personas que asistían.
El lugar estaba  invadido de olor a asado y el humo recorría todo el ambiente. La figura del Gauchito Gil estaba en cada rincón de esa humilde casa, de desparejos ladrillos sin revocar, donde los chicos jugaban y corrían sin calzado, por la sala donde la infinita cola de personas esperaba con ansias su oportunidad para recibir la ayuda del brujo Manuel.
Del lado de afuera de la fábrica abandonada, se podía ver una enorme cantidad de autos estacionados en cada rincón. Un sector estaba inundado y lleno de verdín, con el pasto alto  y además había troncos de árboles formando pirámides sobre el suelo en los que varias personas se sentaban a esperar su turno. Por otro lado había bolsas de harina que iban a ser utilizadas para las comidas que ellos mismos elaboran.
Los animales también conformaban este entorno, los perros callejeros estaban presentes todo el tiempo, comiendo los restos de comida que la misma gente les daba, y dentro de la sala una jaula con un pequeño loro colorido contemplando la interminable cola de esperanzados visitantes.
El lugar donde Manuel recibía a las personas era una especie de santuario, abundaban estatuillas que ocupaban tanto lugar, que solo cabían dos sillas, una reservada para el curandero, y otra para el visitante, y las paredes estaban empapeladas con afiches de santos. Sobre el piso, se podían ver las bolsas de ropa que las mismas personas le daban a Manuel a cambio de su ayuda.
Cuando él se tomó su tiempo de descanso para comer, nos hizo pasar a la cocina, donde lo esperaban sus familiares que fritaban empanadas y comían desaforadamente, sin cubiertos, solo con las manos y tironeaban para cortar la carne.
 El ruido del aceite caliente en conjunto con el fuerte volumen del televisor dificultaba la charla con el curandero más famoso de La Plata. Manuel estaba sentado en la punta de una mesa rectangular, ocupando el lugar más importante y centrando toda la atención en su persona. Había mucha variedad de comida: asado, ensaladas, empanadas y papas fritas. Las personas que lo rodeaban miraban la televisión y a la vez escuchaban la entrevista.
El clima era tenso, Manuel se expresaba de una manera muy reservada y había temas de los que no quería hablar, se mostraba firme, con una expresión tan convincente que lograba generar interés y a la vez asombro en las personas que lo visitaban.

Por: Florencia López Borán


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