En el barrio de Gorina,
localidad de La Plata, más específicamente en la calle 481 y 138 nos esperaba
la entrevista con el curandero Manuel. La gente recorría un largo camino de
tierra hasta llegar a la casa donde este ayudaba a las personas que asistían.
El lugar estaba
invadido de olor a asado y el humo recorría todo el ambiente. La figura del
Gauchito Gil estaba en cada rincón de esa humilde casa, de desparejos ladrillos
sin revocar, donde los chicos jugaban y corrían sin calzado, por la sala donde
la infinita cola de personas esperaba con ansias su oportunidad para recibir la
ayuda del brujo Manuel.
Del lado de afuera de la
fábrica abandonada, se podía ver una enorme cantidad de autos estacionados en
cada rincón. Un sector estaba inundado y lleno de verdín, con el pasto
alto y además había troncos de árboles formando pirámides sobre el suelo
en los que varias personas se sentaban a esperar su turno. Por otro lado había
bolsas de harina que iban a ser utilizadas para las comidas que ellos mismos
elaboran.
Los animales también
conformaban este entorno, los perros callejeros estaban presentes todo el
tiempo, comiendo los restos de comida que la misma gente les daba, y dentro de
la sala una jaula con un pequeño loro colorido contemplando la interminable
cola de esperanzados visitantes.
El lugar donde Manuel
recibía a las personas era una especie de santuario, abundaban estatuillas que
ocupaban tanto lugar, que solo cabían dos sillas, una reservada para el
curandero, y otra para el visitante, y las paredes estaban empapeladas con
afiches de santos. Sobre el piso, se podían ver las bolsas de ropa que las
mismas personas le daban a Manuel a cambio de su ayuda.
Cuando él se tomó su tiempo
de descanso para comer, nos hizo pasar a la cocina, donde lo esperaban sus
familiares que fritaban empanadas y comían desaforadamente, sin cubiertos, solo
con las manos y tironeaban para cortar la carne.
El ruido del aceite
caliente en conjunto con el fuerte volumen del televisor dificultaba la charla
con el curandero más famoso de La Plata. Manuel estaba sentado en la punta de
una mesa rectangular, ocupando el lugar más importante y centrando toda la
atención en su persona. Había mucha variedad de comida: asado, ensaladas,
empanadas y papas fritas. Las personas que lo rodeaban miraban la televisión y
a la vez escuchaban la entrevista.
El clima era tenso, Manuel
se expresaba de una manera muy reservada y había temas de los que no quería
hablar, se mostraba firme, con una expresión tan convincente que lograba
generar interés y a la vez asombro en las personas que lo visitaban.
Por: Florencia López Borán
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