Al bajar del colectivo
202 en la avenida 7 entre 50 y 51, el día acompañaba, sol a pleno, calor
abrumador, la ropa se me pegaba al cuerpo. Cuando ingrese a la Galería San Martin,
mire los rostros de las personas que hacían la inmensa fila, como todos los
jueves de grandes estrenos, me abrí paso entre ellos y descendí las escaleras
que me conducían al subsuelo. Allí me encontré con la primera casa de tatuajes
y pircing. Gire a la derecha buscando el local de Danilo. Sobre el final del
pasillo me encontré con un local pintado de azul. En la puerta se veían
calcomanías, posters de cartas del tarot, ángeles y rosarios.
Entre al local y vi una
división entre la recepción y la sala de atención, allí me atendió Marta,
recepcionista y esposa de Danilo, me presente como estudiante de la Facultad,
Marta de una manera cordial me dijo que debía esperar unos minutos.
Ella vestía muy llamativa, aros grandes y de
plumas coloridas y un vestido tipo hindú en el que resaltaban los colores negro
y naranja, sandalias de cuero y las uñas
de los pies prolijamente pintadas de color violeta haciendo contraste con el
vestido. Sentado en una silla, incómoda para el tiempo de espera, hacía que
permanezca parado mirando con detenimiento las paredes, el techo, las luces de
color azul, presionado por tres búhos que estaban arriba del escritorio de
Marta, parecía que sus miradas adivinaban mi impaciencia. El olor a humedad se
mesclaba con las esencias que salían de las velas y producía un aroma
desagradable.
Mientras tanto Marta me
miraba con atención, notando mi incomodidad. Se paró y fue a la oficina de su
esposo. Pasados unos minutos salió Danilo, se acercó a mí, a simple vista era
un señor mayor de unos 55 a 60 años, de aproximadamente
una estatura de un metro setenta, tenía
puesta una camisa azul en la que se podían ver grandes manchas de transpiración
marcadas al adherir a su cuerpo y un pantalón ajustado que hacía que su panza
resalte a al verlo. En su cara se veía el cansancio, la preocupación, como no queriendo
desconcentrarse ni un minuto. Apretó mi mano saludándome. En ese momento le
pregunte sobre sus técnicas de trabajo a lo que respondió con una carcajada que
me tranquilizo y luego con palabras simples me explico sus técnicas y métodos.
Hablo de sus clientes, de los parapsicólogos y los sanadores en La Plata. Además
mencionó la cantidad de jóvenes que decidían pasar por una sesión de tirada de cartas y lectura
de manos. Lo cual no me sorprendió por lo visto en otros lugares similares. Al
preguntar sobre cuál es la consulta más frecuente de los jóvenes menciona que son los males de amores.
“…lo principal son los
engaños, reconciliaciones y buscar el nuevo amor…” Sonríe buscando complicidad
y guiñándome el ojo
Al consultarle cómo se definía
me dijo que él se consideraba parapsicólogo dado que de muy joven tenía
percepciones diferentes a los demás que hacía que el supiera antes que los
otros lo que iba a suceder. De ahí el
interés por obtener cada vez más una formación en esta pseudociencia y
desarrollarla como medio de vida profesional.
Su explicación fue
muy concreta, le agradecí y me retire del lugar. Transite las mismas escaleras
que me condujeron al exterior con la diferencia de que la gente ya no estaba,
los ruidos eran otros después de dos horas, entonces decidí tomar el 202 de
regreso a casaGonzalo Apaulaz
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