Jorge es
tan oscuro como la piel que enviste, San La Muerte es su amigo más fiel y el
único. El consultorio de La Plata, rodeado de altares a su “santo” favorito, es
tenebroso pero tranquiliza la desesperación de sus clientes. Las consultas más
frecuentes que llegan a las cuatro paredes de su consultorio son por amoríos y
uniones de parejas.
Él endulza
tanto el odio de la otra parte de la pareja hasta que cae rendido a sus pies.
Es capaz de hacer cualquier cosa para que funcionen sus trabajos. No le importa
si existe el amor, la pasión o el cariño.
Jorge tiene
un as bajo la manga siempre. Su último recurso lo saca cuando la cosa no
funciona por ninguna vía, aunque reconoce que prefiere no usarlo. Se trata
de la doble “vela mágica”, que es tan hábil como para atrapar cualquier cosa.
A simple
vista es una vela común y corriente pero está compuesta por dos partes: la
primera es una vela blanca, redonda, larga y hueca; la segunda vela es rosa y
tiene una punta muy pronunciada, con la misma altura pero rellena. La primera
es una vagina, la segunda un pene. Cuando la primer vela tapa a la segunda vela
se asegura -“un éxito rotundo” según Jorge. Se trata de una experiencia que
fortalece el sexo, porque -“cogiendo la gente se entiende, vos pasas dos o tres
años y eso es por algo”. El brujo con sus manos llenas de bijouterie berreta
tapa y destapa el pene con ansiedad, maneja los movimientos a la perfección.
Tiene la
mirada perdida, enfoca sus ojos a un horizonte imaginario, salvo cuando tapa y
destapa el pene. Siente goce al pensar parejas haciendo el amor. Jorge
con mucha seguridad se para del lado del miedo y de la oscuridad, la luz blanca
queda pérdida en las sombrías tinieblas. Práctica la magia negra sin pudor con
todos sus clientes aunque según él, dudosamente, es incapaz de hacer daño. Pero
la “vela mágica” hace de las suyas, no sabe separar el bien del mal y sólo
obedece las órdenes de su dueño.
Sofía Lezcano
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